Veronica Pedraza Diaz
Cada mañana, sin importar si es día de semana o el anhelado «finde», sigo mi rutina diaria de despertar, cepillarme los dientes, bañarme (en la regadera o con tobito, según lo decida Hidrocapital o la conserje), y proceder a alistarme para salir a la calle.
Muchas mujeres aseguran que no pueden dejar su casa sin echarse perfume, otras alegan que la desnudez es ir a la calle sin zarcillos, y ahora para la gran mayoría es el celular o dispositivo móvil lo que es indispensable tanto para las féminas como para los caballeros.
Con suerte no dejo ninguna de estas tres cosas; sin embargo, mi mañana lleva un grato ritual de protección. Al salir de casa, me despido con un «ción» y llevo conmigo no sólo la protección de mi madre, sino la de uno de los vigilantes del edificio, quien cada vez que tiene guardia a primeras horas del día, me abre amablemente la puerta y además de saludar y desearme un feliz día, se despide con un fraternal «Dios la bendiga», acompañado de una entusiasta sonrisa.
A pesar de las creencias de cada uno, siempre son bienvenidos los buenos deseos. Doblemente protegida, sigo mi camino satisfecha por la noble iniciativa y los refuerzos espirituales.