María Francia: romance y dedicación

Caracas Inaccesible Tumba de María Francia

Angela Leon Cervera

-María Francia mija, ofrécele una velita a María Francia…

Eso dijo mi abuela desde la cocina a mi tía, quien con cara de consternación y un afro ochentoso, se preparaba para un examen de física que rendiría en el liceo al día siguiente. Ya no recuerdo ni qué edad tenía, sólo sé que llevaba una chemise azul y que yo crecí escuchando constantemente ese nombre entre los miembros de mi familia, sin saber exactamente de quién se trataba.

María Francia… Dicen que era una alumna de derecho brillante. Dicen también que estaba comprometida para casarse, y de esos dos matices de su vida, la cultura popular hizo de ella a una intercesora ante Dios que es capaz de ayudar a los estudiantes y a las parejas que están próximas a contraer nupcias.

Una vez hasta leí que la pobre María Francia había muerto en un accidente de tránsito subiendo por la carretera vieja de La Guaira y que a veces se veía salir a su espanto en la misma curva cerrada que segó su vida.

También hay una tradición popular que dice que murió a causa de una mordedura de serpiente, ya que el día de su boda, mientras cortaba las flores que integrarían su bouquet de  novia, fue atacada por una víbora en el propio jardín de su casa.

Cuál es la versión real del triste destino de María Francia, lo ignoro. Si efectivamente es capaz de interceder por estudiantes y enamorados para lograr la gracia ante Dios, no lo sé. Pero de lo que sí tengo constancia es de que su tumba en el Cementerio General del Sur está repleta de placas de agradecimientos, chemises firmadas de estudiantes, togas y birretes, y que la misteriosa doncella milagrosa, forma parte del panteón popular de las creencias caraqueñas.

La Libertador: de color y putas

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Angela Leon Cervera

La Libertador. Fosa milagrosa que te saca de apuros en momentos de tráfico impertinente o parte alta repleta de transeúntes, cirqueros improvisados que se rebuscan en los semáforos y anarquía consecuencia de las señales de tránsito inadvertidas.

Ya no recuerdo si era jueves o viernes, pero era de noche. Como de costumbre había cortado camino por los linderos del Country Club para tomar La Libertador cerca de la esquina de los chinos y poder acceder sin mayores dilemas a la Avenida México y, desde ahí, conectarme con la autopista.

Para mi sorpresa había tráfico. Golpeé el volante con rabia, rodeada de los Módulos Cromáticos de Juvenal Ravelo, y me pregunté por qué mi vía de escape predilecta se sumaba al caos citadino. La respuesta estaba como en la quinta escalera.

Una mujer, ataviada sólo con unos deslumbrantes tacones rojos, detenía el tráfico aquella noche (y no eran ni las nueve). Llevaba en su mano derecha una carterita, ya no recuerdo si era blanca o si hacía juego con los zapatos. Sus pezones expuestos estaban acomodados en el pasamanos de la escalera y ella, mordisqueando sus uñas, se balanceaba pícara sobre los escalones, mientras un mar de testosterona rompía en sus caderas con olas de piropos.

Mi mandíbula rozó el volante, de eso estoy segura. Me sentí tan abochornada e ingenua al dirigir mi mirada a otra dirección por respeto al pudor ajeno, mientras justo en aquel momento un motorizado que pasaba junto a mi carro gritaba desde el prepucio: ¡Mami, ven pa’comete ese bollo!

El Guanábano: antesala al final

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Angela Leon Cervera

El Guanábano. Al salir del colegio agarraba la camioneta de «anuncio amarillo» en la Avenida Francisco de Miranda y a partir de ese momento comenzaba el eterno trayecto desde Parque del Este hasta La Pastora.

Me gustaba más cuando tomaba la ruta de la camioneta de «anuncio morado», porque me dejaba en la esquina del zapatero y de ahí apenas tenía que caminar una cuadra para llegar a mi edificio, pero con la otra línea no me quedaba otra alternativa que pasar frente a la Esquina de Amadores, frente a la casa de Las Suárez y frente a la casa de Arturo Michelena.

Antes de que el conductor enfilara hacia la calle donde, antaño, el célebre médico venezolano José Gregorio Hernández perdiera la vida, tenía que atravesar el puente y la esquina de Guanábano. En aquel momento de mi adolescencia, sólo era un rancherío debajo de la avenida que conectaba la Baralt con la Cota 1000… Hoy sé mucho más que eso.

Cuentan los cronistas caraqueños que antes Guanábano era un barranco por donde pasaba el río Catuche, uno de los límites de la inicial Caracas que se trazó. Originalmente se construyó el Puente Carlos III, hacia finales del siglo XVIII, pero luego fue substituido por la estructura del ingeniero Muñoz Tébar, la misma que tembló justo el día de su inauguración.

Lo más pintoresco del Guanábano no es su nombre, es su puente y la gran cantidad de vidas que ha cobrado. Llamado hace muchos años «el revólver de los pobres» este puente era famoso en Caracas por la cantidad de desesperados que iban allá a quitarse la vida, arrojándose al vacío donde ahora hay un amontonado caserío.

Si espantan, no lo sé… Pero yo que soy supersticiosa te digo que no me sorprendería.

La Hoyada: cine mudo subterráneo

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Angela Leon Cervera

La Hoyada. Hora pico. Otro día para dar inicio a la desigual batalla por las butacas azules que no pueden albergar, ni que quieran, la marejada de ancianos, minusválidos o mujeres embarazadas que frecuentan el Metro de Caracas, y menos si algunos caribeños hacen alarde del cáncer venezolano: «la ley del más vivo».

La muchacha, cómodamente sentada, miraba hacia el frente, fingiendo hacerse la loca, mientras los ojos de reproche de la señora colgada del tubo de la puerta le perforaban el cráneo. De nada le valió mirarla con insistencia, de nada le valió la sutileza, tuvo que pasar a las acciones  y entonces fue cuando dio inicio la función.

Como en una película muda, sin emitir el menor sonido y con movimientos mecánicos,  la señora se enroscó con determinación el cabello ondulado de la muchacha entre sus dedos y, sin soltarse del tubo, la levantó del anhelado asiento por las greñas. Sí, por las greñas. La muchacha, perpleja y muda, sólo describió una mueca de dolor con su rostro, mientras intentaba zafarse de las eficaces tenazas de la señora, que no la soltaría hasta verla fuera de la butaca.

Una vez que la tuvo de pie, la soltó de los cabellos, la empujó y se acomodó en el asiento, colocándose la bolsa de mercado de cuadros rojos y negros en las piernas, peinándose un poco la pollina, con la misma mano con la que acababa de levantar a la usurpadora de las sillas azules.

El tren se detuvo en Parque Carabobo y por fin, entre los pasajeros que subían y bajaban, volvió a manifestarse un sonido, que no quebrantaba la mirada de odio con la que la muchacha, sobándose la cabeza, miraba a la señora.

Ahora la que se hacía la loca, era otra.

Sambil: de paseo con los espíritus

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Angela Leon Cervera

Sambil. Una exposición que exhibía una réplica de los tesoros hallados en la tumba del faraón niño Tutankamón, material educativo acerca de las diversas costumbres de la grandiosa civilización egipcia y un buen susto a posteriori por medio de una fotografía.

Una de las jóvenes que formaba parte del protocolo del evento esperó una noche a que la exposición quedara libre de visitantes para sacar algunas fotos de las piezas, en especial la de una figurilla masculina que exhibía un pene erecto enorme.

A solas en la sala donde se encontraba la peculiar escultura, la chica se dispuso a fotografiar la pieza y después, de vuelta con sus compañeras del equipo de protocolo, se dispusieron a ver las fotos. Al detenerse en la imagen del hombrecito de pene enorme, una de ellas comentó:
-¿Quién es esa?
-¿Quién?
-Esa, la que sale contigo en la foto…
-Chama, pero si yo estaba sola en la sala…

Y todas repararon con espanto en la figura que aparecía reflejada en el cristal del lado izquierdo de la fotografía. Muertas de miedo, corrieron el rumor del espíritu que rondaba la exposición del faraón Tutankamón en el Sambil y nunca más ninguna quiso permanecer sola en la sala de donde provenía la imagen.

Así me lo contaron; así te lo cuento.

Caracas: valle bañado en rocío

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Angela Leon Cervera

Caracas. Cuatro gotas de lluvia que, como los cuatro jinetes del Apocalipsis, caen sobre la ciudad y la refrescan, anunciando la llegada del caos. Nubes de motorizados amontonadas bajo los puentes, tratando de evitar empaparse con el aguacero.

Vías bloqueadas por grandes lagunas que se escurren despacio por los escasos sistemas de drenaje colapsados. Mareas de carros que, entre los retrovisores y parabrisas salpicados, describen con sus luces rojas un lienzo titulado Tráfico con matices Impresionistas.

Descripción absolutamente poética de una condición atmosférica y natural de este mes de mayo, que más allá de la prosa de esta humilde crónica, nos arranca sinceramente a más de uno una genuina MENTADA DE MADRE en mayúsculas sostenidas que proviene del eco de nuestras gargantas.

Sí; hoy también llovió desde temprano.

San Agustín: naipes en la autopista

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Angela Leon Cervera

San Agustín. Un calor de esos sofocantes y un tráfico de mediodía pasando el antiguo Retén de La Planta en dirección este. Más allá del sol picante y del cielo descubierto, ventilándome un poco con un cartoncito que tenía en la guantera de la puerta del conductor, estaba animada y distraída.

Un edificio macizo, justo al lado de la estación terminal del Metro Cable, llamó mi atención y al alzar la vista más allá de la mole de mosaicos azules y negros, vi un flanco del Helicoide. Con sorpresa descubrí que nunca antes había notado que desde ese punto de la autopista podía verse el complejo donde hoy en día funciona la UNES.

Entusiasmada con mi hallazgo, escuché el frenazo agudo de una motocicleta y de inmediato el golpe seco: dos motorizados habían chocado entre sí. Vi con asombro cómo los cuatro pasajeros (dos en sendas motos) cayeron como naipes al pavimento. Unos gritos, unos manotazos y, para rematar mi sorpresa, uno de los pasajeros de la primera moto levantó del suelo a una bebita de no más de dos años.

No le pasó nada. Llevaba puesto un casco enorme, una chaqueta acolchada color rosa y se veía en buenas condiciones cuando la alzaron del suelo, recogieron el pedazo del guardafango que se había roto con el golpe, se subieron de nuevo en el vehículo de dos ruedas y desaparecieron. Los que impactaron contra la otra moto no se zafaron tan pronto del aprieto.

Sobre el canal del medio de la autopista quedó la parrillera lamentándose de un dolor en la pierna derecha y yo, aún atónita, tuve que seguir mi camino al salir de mi asombro con los cornetazos del chofer que venía tras de mí.

La Pastora: por el camino de los indios

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Angela Leon Cervera

La Pastora. Aún recuerdo la emoción que me producía saber que en esa oportunidad, como en tantas otras, mis padres decidirían cortar camino hacia la Avenida Sucre de Catia por «el camino de los indios».

Cuando íbamos vía Gramovén o vía 23 de Enero para ir a visitar a mi tío abuelo en el Bloque 15, por allá, por detrás de la estación del Metro de Agua Salud, bajar desde la Plaza de La Pastora buscando la esquina de Guanábano era una pesadilla, como también lo era bajar por la calle del Edificio Mistol hasta la Avenida Urdaneta; entonces venía la aventura: el camino de los indios.

Mi madre decía que se llamaba La Vuelta del Guayabo, pero a quién le podía importar el verdadero nombre, cuando yo sólo esperaba con ansias el momento en el que mi papá lanzaba la descomunal trompa de su Caprice Classic del año 76 por aquella bajadita estrecha, empinada, y tocando corneta «para que el que viene sepa…», explicaba cada vez que le preguntaba por qué lo hacía.

Llegados a la Avenida Sucre quedaban atrás las bajadas empinadas y peligrosas, las calles angostas, la casita azul de rejas negras que estaba inmediatamente después de la curva más cerrada y que recuerdo con cariño porque me gustaba de más. Llegados a la Avenida Sucre quedaba superada la aventura, hasta otra nueva oportunidad.

Plaza O’Leary: oasis en la Y

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Angela Leon Cervera

Plaza O’Leary. Eran alrededor de las ocho de la noche y una lluvia de esas de mayo me había obligado a cortar camino por la Avenida Bolívar. Al salir del túnel subterráneo, Las Toninas de Narváez salieron a mi encuentro.

Las contemplé durante segundos y pensé en el ambicioso proyecto arquitectónico de la reurbanización de El Silencio. Indecisa, con los vidrios empañados por la sofocante noche húmeda y el tráfico dispuesto a ser el protagonista de la velada, apenas si bajé unos centímetros el vidrio del carro (odio mojarme con la lluvia), lo suficiente para obtener una foto de la fuente y compartirla en las redes sociales como quien se precia de un tesoro.

Transcurridos unos minutos recibí un comentario de sorpresa. Aquella mujer me confesaba que cada día pasaba por la plaza para ir al trabajo, pero que nunca se había atrevido a sacar su teléfono celular para hacer una foto de la fuente.

Seguí mi camino rumbo a la Avenida San Martín, prometiéndole a las figuras silentes de Narváez volver en otra ocasión con más tiempo… y más megapíxeles.

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CCS INACCESIBLE

Este proyecto nace de la necesidad de recorrerte; de reconquistarte.

Caracas ha dejado de ser la odalisca rendida a los pies del sultán de verdes vestiduras, para convertirse en la renegada del Caribe. La ciudad que se levanta y que, a los gritos, saca a todos sus habitantes de sus camas.

Caracas, la que alberga sorpresas… buenas, malas, da igual. Recíbelas y acéptalas. De poco te valdrá quejarte.