Ángela León Cervera
La Carlota. «Pa Ma» decía la placa con el nombre de la casa a un lado de la puerta desencajada. En lo que debió haber sido en sus buenos tiempos un primoroso jardincito delantero, un caucho viejo reposa y un montón de escombros se apilan.
Miro con detenimiento el lugar. La calle desierta, cómplice de las primeras horas de una madrugada cerrada. Me pregunto si alguien vivirá en esa casa o si por el contrario será un recinto abandonado y solitario. Un gato se desliza por el pequeño porchesito y me mira con curiosidad.
Nos vemos el uno al otro y yo, por nerviosismo o costumbre, susurro un «michu michu», que el eco parecía repetir. No había un alma, ni en la calle ni en la casa. Mientras hacía la exposición me preguntaba: ¿Y si cuando veo la foto a través de la pantalla aparece una sombra que no es evidente a mis ojos? ¡Ah buena vaina! -dije regañándome a mí misma-, ¡en esta oscurana y con esta soledad tú te vas a poner a pensar en esas mariq…!
El Gato, subido ya a la ventana miró hacia el interior de la casa atento. Nervioso lanzó un bufido y yo, autosugestionada por mi cobardía, de un salto me incorporé y no dejé ni el polvo.
Hoy en día todavía me pregunto: ¿Quién vive, vivió o vivirá en «Pa Ma»?