Angela Leon Cervera
Plaza O’Leary. Eran alrededor de las ocho de la noche y una lluvia de esas de mayo me había obligado a cortar camino por la Avenida Bolívar. Al salir del túnel subterráneo, Las Toninas de Narváez salieron a mi encuentro.
Las contemplé durante segundos y pensé en el ambicioso proyecto arquitectónico de la reurbanización de El Silencio. Indecisa, con los vidrios empañados por la sofocante noche húmeda y el tráfico dispuesto a ser el protagonista de la velada, apenas si bajé unos centímetros el vidrio del carro (odio mojarme con la lluvia), lo suficiente para obtener una foto de la fuente y compartirla en las redes sociales como quien se precia de un tesoro.
Transcurridos unos minutos recibí un comentario de sorpresa. Aquella mujer me confesaba que cada día pasaba por la plaza para ir al trabajo, pero que nunca se había atrevido a sacar su teléfono celular para hacer una foto de la fuente.
Seguí mi camino rumbo a la Avenida San Martín, prometiéndole a las figuras silentes de Narváez volver en otra ocasión con más tiempo… y más megapíxeles.